Surge una vivienda introspectiva y esencial, enraizada en el terreno y en el color de la tierra que la rodea. Su masa rojiza, casi terrosa, se presenta como un gesto contundente que conversa con el paisaje desde la materia y la textura. Lejos de buscar protagonismo, la arquitectura se deja absorber por el lugar.
Una casa que parece extraída de la tierra, donde el hormigón deja de ser frío para volverse materia viva, y donde el interiorismo no viste, sino que interpreta el habitar con profunda sensibilidad.
01_Paisaje
La casa nace del suelo con naturalidad, como si hubiera sido esculpida directamente de un estrato arcilloso. Su tono barro rojizo resuena con la paleta cromática del entorno mediterráneo o rural, integrándose con honestidad en el paisaje. La orientación y la disposición de los huecos responden al recorrido del sol y a la necesidad de generar sombra.
02_Objeto
El volumen es compacto, monolítico, pero lejos de ser estático, se articula a través de retranqueos, patios y cortes precisos. Este objeto arquitectónico remite a una construcción atemporal, con ecos primitivos y contemporáneos a la vez. El hormigón pigmentado, ejecutado con precisión, genera un cuerpo sólido que protege, abraza y define con fuerza. Cada transición entre espacios se trabaja como una pausa, una compresión o una expansión, donde la escala, la luz y la materia están cuidadosamente orquestadas.
03_Piel
La envolvente exterior, de hormigón rojizo y de celosía de barro, funciona como una piel mineral que respira, protege y transmite calidez. En contraste, el interiorismo despliega una sensibilidad exquisita: materiales nobles, texturas suaves, tonos cálidos y detalles precisos que domestican la masa pétrea y la convierten en refugio. Cada rincón ha sido pensado desde la escala humana, desde el uso cotidiano y el placer visual. El interior no es una decoración añadida, sino una continuidad íntima de la arquitectura.