Surge una pieza precisa y contenida, tallada con claridad geométrica y silenciosa elegancia. En la ladera de Dénia, donde la montaña se repliega ante la línea del mar, la arquitectura se posiciona con firmeza y respeto abriéndose al Mediterráneo.
Una arquitectura que no domina el paisaje, sino que lo habita con sensibilidad y equilibrio.
01_Paisaje
La orientación norte abre las estancias principales hacia el mar, recibiendo una luz constante y difusa que envuelve los interiores con serenidad. El edificio se organiza linealmente para que todas las miradas confluyan en el horizonte marino. Al fondo, el Montgó enmarca la escena, aportando escala y presencia. El jardín y la lámina de agua actúan como extensión natural del paisaje, reflejando el cielo y absorbiendo su calma.
02_Objeto
La vivienda se plantea como un volumen puro y apaisado, una figura blanca que se recorta con precisión sobre el entorno. La composición se ordena mediante llenos y vacíos, volúmenes en vuelo y pilares esbeltos que generan una lectura ligera y casi levitante. Este objeto arquitectónico no compite, sino que observa: su forma responde al deseo de habitar el borde, de mirar al mar sin perder conexión con la tierra.
03_Piel
Una piel nítida, de blanco impoluto y vidrio transparente, articula la envolvente exterior. Esta se complementa con paños de piedra natural que anclan el volumen al lugar y aportan una lectura tectónica más densa. El vidrio permite que la casa respire visualmente hacia el mar, mientras que las superficies blancas capturan y amplifican la luz difusa del norte. En el interior, la continuidad de materiales refuerza una atmósfera luminosa, ordenada y atemporal.